INSTINTOS ANIMALES

En un mundo ideal no existirían abortos ni fertilización asistida, los hijos no deseados serían adoptados por parejas que no pueden concebir.

Pero esto sólo en un mundo ideal.

En este mundo se cometen toda clase de atrocidades en nombre de los deseos, como es el deseo de procrear. Una pareja está dispuesta a gastar cantidades exorbitantes de dinero, años enteros, incluso la vida de la madre y los fetos en desarrollo sólo por el deseo de un hijo propio.

Este deseo hace que muchas personas ignoren los riesgos que enfrentan al someterse a la fertilización asistida: eliminación de embriones, su nacimiento con defectos (como el caso del niño que nació ciego o los quintillizos que murieron uno después del otro) o los riesgos para la madre (el organismo materno no está hecho para soportar más de tres fetos en el útero al mismo tiempo).

Esto hace preguntar por qué, a pesar de todos los riesgos, del enorme gasto de tiempo y dinero, éstas personas eligen esta opción en lugar de adoptar un niño (la cual también es éticamente preferible). La razón es que este intenso deseo tiene su origen en los instintos animales más primitivos. El animal que no se reproduce es inútil desde el punto de vista evolutivo y a nivel de especie, sus genes se quedarán estancados y desaparecerán, las características que lo hacen más apto para la supervivencia no los adquirirán generaciones futuras. Si en una especie los animales pudieran elegir entre alimentarse mejor y vivir más tiempo a tener descendencia hace rato que se hubieran extinguido. Por ello la naturaleza ha creado herramientas poderosas para mantener las especies y evitar su desaparición (esto no incluye otros factores que los individuos animales no pueden controlar como desastres naturales o cambios climatológicos).

Nosotros no estaríamos aquí si nuestros antepasados hubieran elegido no reproducirse. Desde el apetito sexual, el goce del coito y el deseo (en algunos) obsesivo de tener hijos, estamos programados para transmitir nuestros genes, a no extinguirnos.

Esta es una prueba de cómo los instintos animales pueden ofuscar toda capacidad de razonamiento. desde un punto de vista racional tener un hijo es costoso (en términos de energía consumida y recursos necesarios), pero desde un punto de vista biológico es lo único que importa. Es el ADN el que desea perpetuarse, no los individuos.

Aún así (aunque nuestro genotipo sea un 99% igual que el de los chimpancés) el pensamiento racional puede frenar estos instintos. Esto sucede cuando las parejas se lo piensan mejor antes de procrear o deciden no hacerlo hasta tener los medios necesarios disponibles.

Las personas que se someten a los tratamientos de fertilización asistida no hacen más que demostrar su sometimiento a sus instintos animales, muchos dicen que está justificado ese deseo, pero en este caso es la biología (tan básica e irracional) la que toma la palabra.

Ah!... si viviéramos en un mundo ideal...

 

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