SER CADÁVER

 

 

Por: Yelinna Pulliti Carrasco

 

 

A veces la soledad es tan abrumadora que a cualquiera se le da por hablar consigo mismo y es lo que voy a hacer. Quiero ver claramente la serie de acontecimientos que me trajeron hasta donde estoy ahora. 

No voy a relatar cómo empezó mi relación con Adele después de caer, embriagados, en brazos del otro después de un baile en casa de un comerciante. Lo que mejor recuerdo es la última vez que mi padre me sorprendió con ella. Yo la besaba como loco creyéndonos a solas, ocultos y seguros, en la que fue en otro tiempo, la habitación de mi madre.
- ¡Aléjate de ella!
La voz de mi padre cayó sobre nosotros como un latigazo, me di vuelta lentamente.
- ¡Siempre te has opuesto a mi felicidad!- ladré colocándome delante de Adele para evitar que la atacase, ya antes había intentado estrangularla.
- Gustavo, por favor- empezó a suplicar- no sabes con quién te metes ¡Escúchame!
- Con todo el respeto que te tengo, padre ¡no te metas!
Mi cuerpo estaba tenso, tener a ese viejo cerca había sido una molestia y un estorbo, si desaparecía mi vida transcurriría tranquilamente con Adele, pacíficamente, solos los dos.
- Mátalo- me susurró Adele al oído- No te dejará en paz mientras viva. Me tiene un odio enfermizo e irracional. Me atacará como un perro apenas me dejes sola. Mátalo. Sólo así podremos vivir tranquilos.
Sus palabras rebotaron en mi cerebro, ví el rostro de mi padre, sus gestos me suplicaban pero su mirada atravesaba a Adele como una flecha cargada de veneno. Furioso me lancé hacia él.
- ¡Escúchame, hijo! ¡por favor! ¡Ella es el demonio!
- ¡Silencio! - grité.
Cogí su garganta y apreté con todas mis fuerzas.
La risa de Adele cayó sobre mí como una fina llovizna.


Nuestra morada era una sombría mansión rodeada de solitarias colinas pobladas por escasos árboles. Estábamos a más de cincuenta kilómetros de cualquier intromisión humana, ni carretas ni carruajes frecuentaban estos parajes. Los únicos seres vivientes, testigos de nuestra presencia, eran las bandadas de aves migratorias cuyas rutas pasaban sobre nuestra guarida. Y también ellas fueron testigos del momento en el que Adele y yo enterramos los restos de mi padre, sin ceremonias, sin lamentos o plegarias, sólo un poco de tierra sobre su descanso eterno.

Inmediatamente después de la muerte de mi padre aquella propiedad había pasado a ser mía. Me aseguré de no contratar servidumbre ya que deseaba gozar de mi reino con mi prometida sin que nadie más nos interrumpiese.
Solos los dos, en nuestra oscura fortaleza, nuestra felicidad no conocía límites. El cuerpo de Adele, su risa y sus besos me embriagaban hasta el delirio. La soledad de la que gozábamos era nuestro paraíso, y en medio de la profunda oscuridad de la noche nos sentíamos a salvo. 
Ella producía un extraño efecto sobre mí; a su lado nada, absolutamente nada, tenía importancia; hasta me alegraba de haber entregado la vida de mi padre a cambio de poder besarla y oler su piel. Con ella me alegraba de la muerte de mi propia madre muchos años atrás ya que su presencia habría malogrado nuestra felicidad. Adele me hacía alegrarme de los pensamientos más bajos y viles que se me podían ocurrir con tal de tenerla entre mis brazos. Yo me dejé llevar por su hechizo sin imaginar lo que me costaría.


Hacía ya un mes que permanecíamos ocultos en la mansión, el frío invernal ya se dejaba sentir y las últimas aves migratorias habían pasado hace mucho. Ese día Adele no estaba conmigo en la cama. Me levanté tambaleándome, sintiéndome especialmente cansado. La encontré sentada ante el tocador, peinándose.
Apenas me vió se levantó de un salto y me besó en la boca.
La sentí y me estremecí, su beso me descompuso aún más, casi como un reflejo la aparté de mí y caí de rodillas al suelo.
- Adele... no sé qué me ocurre... - balbuceé.
- No es nada, amor- se arrodilló conmigo y me acarició la cara- es el invierno que está por llegar y que se te ha metido dentro.
Me volvió a besar y volví a rechazarla. Temblando me puse de pie y regresé a la cama. Me encogí entre las sábanas y no noté cuando Adele me trajo el té de la mañana, como era costumbre. Casi me obligó a beberlo pues tenía el estómago tan descompuesto como el resto de mí. Yo la observaba extasiado mientras su rostro perdía nitidez y me veía envuelto en una dulce somnolencia.

Cuando desperté ya era de noche, pero por alguna razón sabía que había transcurrido más de un día desde que caí inconsciente.
Me senté en la cama, me sentía totalmente despejado, como si nunca en mi vida hubiese caído enfermo. Busqué a Adele con la mirada. La poca luz que entraba por la ventana me permitió ver que ella no estaba en la habitación.
Me levanté decidido a buscarla, mi cuerpo se sentía extrañamente ligero. Casi sin notarlo, recorrí los oscuros corredores esperando encontrarme con ella.
Recorrí toda la casa de arriba a abajo sin hallarla. Temí que algo le hubiera sucedido mientras estaba inconsciente.
Preocupado, volví a nuestra habitación, las primeras luces de la mañana ya se dejaban ver por la ventana, grande fue mi sorpresa al reconocer la silueta de Adele de pie frente a ella, dándome la espalda.
Entré al cuarto en silencio y me senté en la cama. Mi vista bajó de los hombros de ella a los pliegues de su largo vestido.
En eso mi mano tropezó con la taza de té que estaba sobre la mesilla.
Maquinalmente me la llevé a los labios y paladeé los restos de té que habían quedado.
- ¿Te gusta, cariño?
La voz de Adele me sobresaltó, ella estaba ante mí con una botella en la mano.
Me estremecí al reconocerla. Era veneno.
- ¡Adele! ¿Qué has hecho?
Me levanté de un salto y la cogí de los hombros.
- ¡Adele! ¿Qué significa esto? ¿Qué haces con esa botella?
- Te maté - me dijo con indiferencia- estás muerto Gustavo, y aún no te das cuenta.
- Estás loca ¿Cómo puedo estar muerto si te estoy hablando?
Le quité la botella.
- Estás muerto - insistió- ¿No lo notas todavía? - llevó mi mano a mi pecho riendo- ¿Sientes algo?
Palpé y empecé a asustarme, no podía sentir los latidos de mi corazón.
Adele volvió a reír, pero esta vez su risa fué como el zumbido de un hacha.
- ¿Qué ha pasado? - le grité- ¿Qué has hecho?
- Te maté - repitió con malicia- necesitaba tu vida para alimentarme de ella. Eres fuerte, estabas sano, por eso te elegí y te seduje esa noche después del baile ¿recuerdas?
Rió nuevamente, me estremecí, desesperadamente hurgaba en mi pecho buscando los latidos de mi corazón pero sólo sentía mi propia piel, fría.
- Si estoy muerto como dices - le empecé a decir lentamente - ¿Cómo es que te estoy hablando ahora?
- Te he dejado prisionero en tu cuerpo - respondió con indiferencia - es el pequeño precio que ambos debemos pagar por mantenerme con vida.
- ¡Lo que me dices es una locura! ¡No tiene sentido!
- ¿Aún no me crees? Ve y mírate al espejo.
Me precipité al tocador, ya era completamente de día y la abundante luz me permitió ver mi rostro y contemplar mi propio horror.
Mi cara tenía un color gris pálido y mis labios estaban azules, casi negros. Tenía profundas ojeras y al pasar mi mano por mis ojos y bajarla hacia la boca noté que no estaba respirando.
Lancé un grito y caí al suelo convulso. Todo bailaba a mi alrededor. Sentía cómo el frío brotaba de mí como una vez lo hizo el calor.
-¿Cómo es posible esto?
- Una pequeña maldición para conservarme con vida, Gustavo. Tu padre, tan observador, notó desde el principio que yo quería mucho más de tí.
- ... e intentó advertirme...
- Pero estabas tan enceguecido por el deseo de hacerme tuya que no le hiciste caso.
- ¡Y lo maté por tí!
- Y es algo que te agradeceré eternamente.
- Él tenía razón ¡Eres el Demonio!
- Y gracias a mi trato con él y a tí viviré durante el tiempo que tenías asignado, que será muy largo, lo puedo sentir, y para entonces tú ya habrás sido olvidado y podré buscar a alguien más.
- ¡Eres un miserable demonio! - grité.
- No te excites, cariño - me dijo en burla y exasperándome aún más - recuerda que eres un cadáver y puedes empezar a desmoronarte en cualquier instante.
Al oírla llamarme "cadáver" enloquecí, grité con tal fuerza que algo estalló en mi pecho y de un salto me lancé hacia Adele.
Ella no se lo esperaba, retrocedió espantada e intentó protegerse con los brazos.
- No creí que muerto seguirías poseyendo tal energía - exclamó - Sólo deseaba despedirme de tí y dejarte desparecer - luego intentó huir pero yo la cogí del cabello y la obligué a retroceder.
- ¡De nada servirá que me mates! - aulló - ¡tú permanecerás en este mundo hasta que tu cuerpo se haya reducido a polvo!
Clavó sus uñas en mis brazos mientras se debatía con furia, intentaba patearme las piernas gritando pero yo ya era totalmente insensible al dolor, le cogí la barbilla con una mano y le volteé la cabeza.
Sentí las vértebras crujir y cuando la solté cayó al suelo como una muñeca articulada.
Caí a su lado e intenté llorar pero mis ojos ya eran incapaces de producir lágrimas.
- Yo maté a mi padre por tí - sollocé.

Cuando abrí los ojos el cuerpo de Adele ya estaba lívido. La toqué con una mano y su rigidez me hizo estremecer.
- Debe ser una pesadilla - me decía, pero por más que cubría mi boca y mi nariz no podía sentir mi respiración, por más que buscaba en mi pecho no podía percibir ni el más leve latido.
Miré mis brazos, los rasguños que me hizo Adele debían sangrar pero sólo eran profundos surcos de color negro.
- Eres un animal, necesitas sangre, necesitas respirar - me dije - si no los tienes es que ya estás muerto.
Sacudí la cabeza con fuerza, era una locura, algo imposible; desesperado hundí mis uñas en mi brazo y jalé.
Me quedé con un trozo de mi propia carne en la mano, oscura, fláccida, repelente.
La observé hipnotizado y creí perder la conciencia.
En mi mente se mezclaron imágenes de la que había sido mi vida, desordenada, excesiva, poseyendo a cuanta mujer se me lanzara a los brazos, incluyendo a Adele, de la que luego fui prisionero. 
- Pero yo sólo era joven, nada más- intentaba disculparme.
Entreabrí los ojos, la cabeza aún me daba vueltas y sentía el cuerpo como si se tratara de una coraza que no me perteneciera, y por ende que apenas podía percibir. Me pregunté si habría alguien capaz de comprender y reconocer este estado.
- Un cadáver no siente dolor ni cansancio, ni el paso del tiempo - eso pensé al levantar la cabeza y notar que ya era de noche nuevamente - pero yo aún puedo sentir la desesperación ¿es esto posible si se está muerto?
Me levanté y volví al tocador, encendí una vela. Mi piel estaba azul y mi vientre tenía manchas de color amoratado. No comprendo porqué recordé toda la escena de la muerte de mi padre y luego la de Adele. 
Ella yacía aún en el suelo.
- ¿Con qué poder es que aún puedo pensar y recordar?- me pregunté - ¿Qué hace que mis pensamientos sigan fluyendo cuando ya no existe nada que los sostenga? Soy incapaz de sentir nada. Las puntas de mis dedos ya están negras ¿Cómo es posible que aún puedan temblarme las manos? ¿Qué mantiene activo mi sistema nervioso? ¿Realmente estoy muerto?
Un gusano resbaló desde el interior de mi nariz y cayó sobre mi mano, me debatí gritando y caí en la cama.
- ¡No puedo estar muerto!
Me arrojé al lado de Adele y la sacudí con furia.
- ¿Qué me has hecho? - le grité - ¿Qué me has hecho?
La solté y corrí al exterior, allí la luna me bañó con su luz - ¡Un cadáver! - aullé en mi mente - ¡Un cadáver!
Ví el brazo del que me arrancara un trozo, caí de rodillas sobre la tierra húmeda y lloré, con la garganta y los ojos secos.

- ¿Qué me has hecho? Te he dejado prisionero en tu cuerpo ¿Es que realmente estoy muerto? Mírate: la piel y las uñas empiezan a caérsete, tu vientre está hinchado por los gases de la putrefacción ¿No es esto estar muerto? Pero aún me muevo, pienso y hablo ¿No es esto estar vivo? ¿Y cuál es la diferencia entre la vida y la muerte, entre estar vivo y estar muerto? Un muerto se desintegra y tú te estás desintegrando.
Aquellos pensamientos volvían a mí una y otra vez, de forma obsesiva.
Me encogí temblando y permanecí allí, inmóvil, intentando no pensar, simplemente no pensar. Vi el sol asomarse un par de veces antes de reunir el valor necesario para moverme.
Espanté a las pocas moscas que estaban sobre mí con la mano, si hubiera sido verano habrían llenado mis ojos y mi boca por millares.
Me levanté con esfuerzo ya que tenía los miembros rígidos, haciendo crujir huesos y tendones volví a la casa.
No existe el tiempo cuando se está muerto, lo que marca el transcurrir de las horas: las pautas de sueño y hambre, ya no existen. Con ellas también se ha ido la existencia misma.
Moví a Adele, los gusanos cayeron de sus oídos al suelo. Nos descomponíamos juntos, su piel estaba verdosa y sus ojos eran un líquido amarillento a punto de escapar de sus órbitas. Se deshacían sus facciones, las mías también, para entonces ya no tenía piel alrededor de la boca. Era posible que hubiera sido devorado en parte por alimañas sin haberlo notado.
Intentaba reflexionar, pero de pronto los gusanos abrieron la piel de mi abdomen y cayeron a torrentes, el olor debía ser insoportable, pero a mí no me afectaba. Los observé hipnotizado como si el cuerpo que acababan de abrir no fuera mío. No los había sentido abrir mi estómago, no los había sentido devorarme desde el interior, de alguna forma el no poder sentirme a mí mismo me hacía sentirme ajeno, irreal.
Retrocedí lentamente, intentando no dejarme sobrecoger por la masa informe de gusanos que se arrastraba por el suelo.
Fuí a refugiarme en mi cuarto.
- ¿No es estar vivo sentir hambre y buscar alimento, sentir sueño y descansar, sentir deseo, buscar una pareja y copular con ella?- decía en voz alta mirando al techo- pero no necesito comer, no necesito respirar, camino y vago por esta sombría casona y no necesito descansar, no siento dolor ni el peso de mi cuerpo ¿Qué soy entonces? ¿Un vivo que se descompone? ¿un cuerpo en estado de putrefacción? ¿Un muerto andante? ¿No se dice que un muerto "ya se ha ido"? ¡Pero yo sigo aquí, maldición! ¿No significa eso que estoy vivo todavía?
Pero a un vivo no le cuelgan las vísceras repletas de gusanos hasta las rodillas.

¿Por qué no enloquecí al verme en tal estado? Es probable que la insensibilidad física me hubiera insensibilizado a nivel emocional. No sentía dolor ni malestar, era algo irreal, irreal la vida, irreal la muerte, irreales mis entrañas y el cadáver de Adele. Tan triste me sentía que me tendí a su lado y la abracé.
Recuerdo que intenté dormir, pero ¡pobre de mí! me era imposible. Los gusanos devoraron mis párpados, devoraron mi cerebro que necesitaba descanso. Miré mi vientre y estaba abierto desde el esternón hasta el ombligo. En ese momento aún me preguntaba qué era lo que me hacía aún capaz de ver, oír, moverme, hacer ruido. Enceguecido de rabia así de los cabellos a Adele, éstos se desprendieron con facilidad y su cabeza cayó levantando una nube de moscas. El calor de la casa les había permitido sobrevivir. Bastaron unos segundos de inmovilidad para que se posaran sobre mí. Verlas alimentarse de mi carne y depositar sus huevos en mi piel me produjo pánico. Huí corriendo a mi habitación, me envolví en una manta y me arrojé bajo la cama. Ignoro cuanto tiempo permanecí allí temblando, en medio de una oscuridad demoníaca, pero fue en ese lugar donde escuché por primera vez, ratas en la casa. El pavor que me producían fue lo que me obligó a salir de mi escondite. Detrás dejé un nido de moscas y podredumbre.

Di vueltas sin rumbo por toda la casa durante días. Las moscas me impedían mantenerme quieto, apenas se posaban sobre mí y las veía hurgando en mi interior, expuesto y colgando entre mis piernas, creía perder la razón. Sacudía los brazos hasta que oía crujir mis huesos. Asqueado y desesperado abrí todas las puertas y ventanas de la casa. El frío disminuyó su número en gran medida y aquello fue para mí un gran alivio. Pasé mucho tiempo sentado en el umbral de la puerta principal mirando el horizonte llano y vacío. Los recuerdos atenazaban mi mente de una forma feroz. Agradecí que mis padres no tuvieran que pasar por lo que yo estaba pasando y en voz baja le suplicaba perdón a mi padre. 

De tanto en tanto regresaba al lado de Adele y me tendía a su lado, preguntándome cuánto de humano me quedaba aún para que necesitara tanto de la compañía de alguien. Incluso de alguien como lo fué ella.

Mientras vagaba sin rumbo por la casa llegué a pensar en cómo acelerar mi desaparición. Pensé en inmolarme pero no tenía nada con qué encender fuego. Pensé en cavar un agujero e intentar enterrarme yo mismo pero ya mis articulaciones estaban tan podridas que cualquier esfuerzo me habría hecho arrancarme los brazos o las piernas, privándome del único goce que me quedaba: vagar, vagar sin rumbo. Además me aterraba el no poder completar mi propio entierro. 

Un día, muy temprano, después de pasar una noche delirando de soledad y tristeza, después de abrazar los despojos de Adele e insultarla igualmente, aguijoneado por mi propio vacío y mis culpas, cerré todas las puertas y ventanas, como si temiera la aparición de ladrones, y huí de la casa por la entrada principal la cual cerré también. Todo con el propósito de que Adele se hallara a salvo. Luego corrí como un loco dispuesto a recorrer los cincuenta kilómetros que me separaban de mis semejantes, llegar al primer poblado, dejar que la gente me viera, se aterrorizara, me destruyeran y así, pusieran fin a todo. Pero no había corrido ni cinco minutos cuando fui asediado por una bandada de aves negras, primero volando muy alto, luego acercándose poco a poco.
- Cuervos- dije al reconocerlas. No entiendo aún porqué sentí miedo, pero no podía soportar el pensar que de alguna forma me habían olido y venían hacia mí a despojarme de la poca carme que aún me quedaba. Sus siluetas me aterrorizaban y cuando uno vino a posarse en mi hombro no pude evitar lanzar un grito de terror.
El cuervo continuó observándome con sus ojos inquisidores, aún ignoro qué deseaban de mí, realmente devorar lo poco que me quedaba o simplemente asustarme. Me arrodillé en el suelo y aullando de impotencia, pues no podía espantarlos, y me ofrecí a lo que quisieran hacerme.
Empezaron a picotearme las piernas, la espalda y el rostro. Sus uñas se clavaban en mis carnes que se desprendían con demasiada facilidad. Fueron ellos los que vaciaron las órbitas de mis ojos. Aprovechando que yo gemía, uno hundió su cabeza en mi boca hasta llegar a mi garganta. Creí vivir una pesadilla, las sombras negras me tapaban el cielo y sus plumas caían sobre mí. Sus graznidos eran como carcajadas. Ya sin saber lo que hacía, mordí el cuello del cuervo y lo decapité.
Sus compañeros levantaron el vuelo como si los hubiera golpeado un rayo, el resto del cuervo no había terminado de caer y ya toda la bandada ya había huido.
Aquello había sido demasiado horrendo para mí, metí mi mano a mi boca y saqué la cabeza del cuervo la cual, goteando sangre, arrojé al suelo. Luego corrí de vuelta a casa. Al encontrar todas las puertas cerradas rompí a pedradas una ventana y, dejando que los vidrios se me clavaran encima, entré jurando nunca más abandonar mi propiedad.


La primavera me sorprendió en un estado de postración que sólo experimentan los locos incurables. El encuentro de los cuervos regresaba a mi mente una y otra vez haciendo resonar mis gritos por todas las habitaciones. Después de ello quedaba tan emocionalmente agotado que era capaz de quedarme inmóvil durante semanas, sin que me importara que las ratas saltaran sobre mí, incluso que me mordieran las manos y los pies hasta permitirme ver mis huesos.
Pero poco a poco fui volviendo a la realidad, si es que a esto se le puede llamar realidad. Con una sacudida me quité de encima a las ratas y a las cucarachas que habían hallado refugio dentro de mi vientre y, cojeando, me acerqué a una ventana. Esa tarde llegué a ver, a lo lejos, gente caminando. Bastó eso para devolverme al mundo y a mis reflexiones, las cuales no me han abandonado jamás.


Si nadie ha podido definir la vida, tampoco podrá definir la muerte, pues dentro de mí hay organismos vivos a los que sirvo de alimento ¿No es eso estar vivo en cierta forma? La sangre y el oxígeno siempre se reservan para el cerebro en una emergencia. ¿No usa el cerebro al cuerpo de la misma manera para mantenerse funcionando? ¿No es todo a fin de cuentas para mantener la mente? ¿Y las funciones corporales? ¿Puedo considerarme vivo aún aunque me hayan despojado de mi carne y mi sangre?

Adele se desintegra, yo me desintegro, las ratas han invadido la casa y no parecen inmutarse cuando les grito colérico. ¿Pueden los vivos oír a los muertos?
¿Por qué me castigaste de esta forma, Adele? pero es cierto, soy un asesino. Pero a los asesinos se les castiga con la muerte, no con la vida dentro de la muerte.
A veces creo oír voces pero es sólo el producto de la soledad. Es increíble que aún conserve un poco de humanidad en mis carnes podridas. Se es humano aún estando muerto.
Antes veía el vacío ante mí, ahora veo y contemplo el infinito.
Infinito es mi tiempo que no existe.

Si hace frío o calor, me es indiferente. Después de las moscas fueron pequeños escarabajos negros los que invadieron mi cuerpo y hurgaron en mis entrañas. también ellos me obligaron durante días seguidos a sacudirme como un animal enfermo sólo para librarme de ellos. Mis carnes tenían un color marchito y oscuro para entonces pero aún así no deseaba verlos usarme como alimento. El pavor que me producían era tal que varias veces me arranqué yo mismo mi piel y mis músculos putrefactos para no dejarles nada de lo que pudieran aprovecharse. Sólo me dejaron en paz cuando mi interior estuvo totalmente consumido y reseco. 

No puedo soñar ya que no duermo, el castigo de verme descomponerme y reducirme a escombros ha expiado todos mis pecados y de alguna manera sé que mi padre me ha perdonado. El silencio es a veces tan profundo que empiezo a delirar. Ignoro hace cuánto doy vueltas por esta solitaria mansión como el alma en pena que soy. De vez en cuando me siento junto a Adele y converso con ella. También la he perdonado. 

A veces hay ruido, a veces silencio, las aves vienen y van y algunas veces también seres humanos, vienen y van con sus vidas tan breves. He visto amaneceres y oscuras noches, ésta es mi fortaleza y mi tumba. Olvidado por todos y para siempre, pero aún aquí.

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El toyota plateado se detuvo a escasos metros de la vieja mansión.
- Dicen que está embrujada - dijo Joss - que un fantasma en forma de esqueleto la ronda día y noche. Nadie se atreve a acercarse aquí.
- No puede ser - le dijo Amanda, sentada a su lado - ¿un muerto que camina y habla? Por favor. La persona muerta es la que cuyo cerebro ya no funciona, no seas tonto.
- Antes se creía que bastaba con no tener pulso y no respirar, por más que se intentara resucitar a la persona.
- Pues si tu cerebro ya murió de nada sirve que tengas pulso, se te declara muerto, lo dijo muy claro el profesor.
- ¡Bah!
Joss apoyó las manos en el volante y miró hacia la mansión.
- ¡Amanda, mira! - gritó.
- ¿Qué?
Por la ventana, durante una fracción de segundo, se asomó el cráneo de un esqueleto.
Sin decir nada, temblando, Joss arrancó el toyota, a toda marcha se alejaron de la ruinosa mansión.

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No entiendo porqué me temen. Todos los que se acercan huyen asustados. Antes eran autos a vapor, ahora son éstos que brillan con la menor luz. Pero no hay nada a qué temer, yo ya he dejado atrás el miedo, sólo espero la hora de poder despedirme de este mundo, en que mi cuerpo desaparezca por completo. ¿Pero acaso decir que estar muerto es estar en paz? y yo ya estoy en paz con todos, incluso conmigo mismo. Ahora estoy del todo seguro: no me he despedido aún de este mundo y ya he muerto, pues mientras se está vivo hay que pelear por mantener la vida, pero eso ya no es necesario para mí, ya lo he superado, ya lo he superado todo. Sólo necesito descansar y esperar. Ya estoy muerto.
Ya estoy en paz.

 

 

 

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