SÓLO NECESITAN AMOR

 

 

 

por: Yelinna Pulliti Carrasco

 

 

 

 

El doctor me condujo por el pasillo del hospital psiquiátrico. Caminábamos bastante rápido, parecía muy entusiasmado por mostrarme su nuevo caso. Ignoro porqué: Yo apenas era estudiante de medicina de primer año y necesitaba completar un informe con urgencia, eso era todo.

- Llegamos - me anunció y nos detuvimos frente a una puerta con un ventanuco a la altura de los ojos. Me invitó a mirar por el cristal y vi, en el centro de una habitación acolchada, a una mujer y a sus dos hijos, un niño y una muchacha, llorando con la cabeza baja.

Apenas me vieron se pusieron a gritar:

- ¡Detente! ¡¡No lo hagas!!

- ¡¡No lo hagas!!

Sus facciones mostraban tal terror que retrocedí de un salto.

- Un caso lamentable - me dijo el médico.

- ¿Qué es lo que les sucede? - le pregunté mientras intentaba no prestar atención a los sollozos y quejidos que venían del interior del cuarto. 

Por un instante pareció que arañaban la puerta.

- Si los hubiera conocido hace dos semanas no los reconocería ahora - continuó el doctor - eran personas cuerdas y normales como usted y yo. Pero una tarde el padre se voló la cabeza de un tiro, frente a ellos. Cuando la policía llegó a la casa encontró aún el cadáver con la pistola en la mano y a su familia aterrorizada en un rincón de la sala. Tenían la cara y la ropa salpicada de sangre y tejido.

- ¿Y eso produjo su estado actual de demencia?

- Si. Su mente ha quedado congelada en el momento en que el padre se puso la pistola en la sien. A cuanta persona ven la confunden con él, aún creen ver la pistola apuntando a su cabeza.

- ¿Y alguien sabe qué llevó al padre a suicidarse?

- La policía lo está investigando.

- Increíble historia - pensé y volví a mirar por la ventanilla, los gritos se reanudaron.

- ¡¡Por favor!! ¡¡No lo hagas!! ¡¡Yo te amo!!- chilló la mujer levantando los brazos hacia mí, suplicando de una forma más bien patética.

La hija se arrastró hasta la puerta, entonces pude ver que tenía la cara cubierta de profundos arañazos.

- ¿Qué le ocurrió? - le pregunté al doctor.

- Se lo hizo ella misma. A pesar de que las enfermeras los bañan a diario aún siente que tiene sobre sí la sangre de su padre.

Volví a mirarlos. La chica se pasaba las manos por la cara, rasgándose la piel. Más atrás, su madre y su hermano, lloraban abrazados.

- Papá... papá... - gemía el niño.

- Le dejo - me dijo el doctor - estúdielos cuanto quiera, en un par de horas vendrán a sedarlos.

Se refería a ellos como si fueran un fascinante experimento.

El doctor se despidió y se retiró.

Yo estaba en completa libertad durante dos horas y podría retirarme también cuando quisiera. Me pareció tiempo suficiente para terminar mi informe.

- Así que se trata de histeria post traumática - me dije tomando notas en mi cuaderno.

Un grito me hizo sobresaltarme, cuando volví a mirar los tres estaban cogidos de las manos.

Intenté seguir escribiendo.

- Presentan una grave forma de delirio...

Alzaron la mirada hacia mí.

- ... con tendencia al autolesionamiento...

Dejé de escribir y permanecí observándolos, de pronto en sus ojos leí todas las miserias de nuestra especie: abandono, soledad, desamparo... 

Más que personas enfermas, parecían personas pidiendo ayuda a gritos con la mirada.

Clavé los ojos en mi cuaderno y continué escribiendo, ya había completado tres renglones cuando me pareció escuchar una respiración entrecortada.

Miré por la ventana. Los tres se habían echado en el suelo y yacían juntos, gimiendo.

Intenté no pensar en ello y continué escribiendo.

- Los sedantes podrían combinarse con antipsicóticos...

Los miré de reojo, mi mano se movía velozmente:

- ... tal vez sea necesaria la terapia de electroshock... 

De pronto se me ocurrió golpear el vidrio para llamar su atención y poder estudiar sus reacciones. Ellos dirigieron hacia mí sus ojos vidriosos y empezaron a gritar, llorando:

- ¡¡Papá!! ¡¡Papá!!

Se inclinaron ante mí, implorándome.

- ¡Papá!

Observaba y tomaba apuntes, anotando cada gesto y cada palabra. Antes que me diera cuenta ya tenía llenas dos páginas.

- ¡¡No lo hagas, te lo suplico!!

Mi lapicero volaba.

- ¡¡Papá!!

La mujer se jalaba los cabellos y su hija se laceraba la cara, el niño gemía completamente perdido cogido de la ropa de su madre, su rostro era casi inexpresivo.

Mientras gritaban y suplicaban los minutos se hacían interminables, temí que me reprendieran por haberlos agitado. Pasó casi un cuarto de hora hasta que por fin parecieron cansarse.

Se volvieron a abrazar; la madre, mecánicamente, limpió la sangre del rostro de su hija con su manga.

Dejé de escribir y permanecí contemplándolos, nuevamente fui consciente de su miseria y el vacío que los rodeaba, se veían tan indefensos.

Apoyé una mano en la puerta.

Entonces comprendí que lo que ellos necesitaban era alguien que les mostrara un poco de compasión, un poco de afecto y calor humano. Una persona que los viera como algo más que objetos de estudio, una persona para quien fueran más que un fascinante objeto de experimentación.

Alguien simplemente, con un poco de calor humano hacia ellos.

Pero yo no era esa persona.

Completé dos párrafos más y me retiré en silencio.

El informe que entregué me permitió pasar el curso de Salud Mental.

 

 

 

 

 

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