OTRAS REALIDADES

 

 

 

por: Yelinna Pulliti Carrasco

 

 

Hacía ya algunos meses había adquirido una vieja casa en una calle apartada de la ciudad. No era un inmueble barato, pero la zona era, al menos, silenciosa y decente. 

Si el barrio no había acabado por convencerme desde el principio, lo hizo la antigua biblioteca que poseía en su planta alta, y con la cual podría entretenerme en los ratos libres. Los libros trataban sobretodo de ciencias ocultas, alquimia y magia, aunque también los había de historia antigua y latín, temas que secretamente siempre me interesaron. Muy pronto se me hizo costumbre leerlos algunas horas después del trabajo. 

 

Primero fue mera curiosidad. Después, una atrayente ansia de profundizar en aquellos temas me llevó a intentar realizar algunos de los experimentos que se describían en mis libros. 

 

Fue al ponerlos a prueba que supe que su contenido era real.

 

Logré hipnotizar moscas y arañas después de algunos días de práctica. Podía hacer que se estrellaran contra los cristales o saltaran al fuego del hogar apenas con una palabra. Me llevó muchísimo más tiempo hacer lo mismo con perros y gatos, dado que mientras más inteligente es un ser vivo, más compleja es su mente y más difícil ejercer control sobre ella. Incluso apliqué estos métodos sobre seres humanos, pero durante muy poco tiempo ya que mi principal interés había sido librarme de quienes tuvieran algo contra mí. Finalmente todos ellos se vieron víctimas de misteriosos accidentes.

 

Tras largos meses de paciente esfuerzo conseguí, mediante oscuras fórmulas alquímicas, convertir sal en estaño. Transmutar un metal ordinario en oro era posible, pero requerían temperaturas mucho más altas que  las que podía obtener con una llama ordinaria. Tras varios intentos descubrí que mientras más corriente era un material, más fácil era de transmutar. El platino estaba más allá de cualquier posibilidad física a mi alcance, e incluso crear plata implicaba dificultades insalvables. Desistí después de transmutar hierro y cobre a partir de materias innobles.

 

Algún tiempo después pude, tras mucho esfuerzo, crear pequeños gusanos a partir de puñados de carbón y agua. Mas la energía requerida para crear un animal vertebrado, por pequeño que fuera, era inaccesible para mí. Hallé obstáculos materiales semejantes cuando quise revivir animales más grandes que un ratón.

 

Solía lamentar la limitación de lo que podía lograr hasta que hallé una serie de experimentos que estaban a mi alcance: atraer criaturas desde otras Realidades a la nuestra. Según mis fuentes, sólo requería trazar complejos diagramas en el suelo y recitar fórmulas de pronunciación extremadamente difícil. Así, impelido por el deseo de hacer maravillas, me puse manos a la obra.

 

Me costó semanas de práctica poder recitar las fórmulas y dibujar los diagramas. Mi primer intento lo llevé a cabo en mi sótano, poco antes del amanecer. Debí titubear al recitar o, lo más probable, mi diagrama no era perfecto, pues apenas encuentro manera de describir lo que atraje hacia mí.

 

Mis autores retrataban a las criaturas de otras Realidades como seres de gran belleza. Lo que yacía a mis pies era un cuerpo oscuro y protuberante, del tamaño de un ser humano, cubierto por algo que parecía pelo. 

Estaba vivo. Se retorcía de una forma repugnante y en uno de sus costados un orificio se abría y cerraba, como la boca de un pez intentando respirar. Al mirarlo más detenidamente descubrí que era alguna especie de mamífero, y que su extraña forma se debía a que cada uno de sus huesos había sido movido de su lugar y volteado por debajo de su piel.

Me aparté con asco. Di fin a su dolor con un hechizo que le quitó la vida en un instante. Preparé varias pociones y con ellas reduje su cadáver a cenizas, las que no me molesté en limpiar.

 

Durante varios días medité sobre mis posibles errores. En este tipo de prácticas no se admite la más pequeña desviación o los resultados serán nefastos. Entre una Realidad y otra existe un limbo donde sólo reina el caos, por lo que cualquier estructura que lo cruce puede verse afectada de una u otra manera, a menos que el paso entre ambas Realidades sea imperturbable, perfecto.

Los diagramas correspondían a caminos entre las Realidades, y las fórmulas que debía recitar eran llamadas para que los seres no se desviaran durante su viaje y mantuvieran su integridad física. Lo que hacía era, literalmente, crear un puente a través del caos primordial, allí donde no se había creado ni tiempo ni forma, y comunicar dos Realidades que evolucionaban independientemente. Al pensar en ello me estremecía, pues sabía que el poder que manejaba era inmenso, muy por encima de las leyes que regían nuestro Universo, y que sólo necesitaba perfeccionarlo para dar buena cuenta de él.

 

Mi siguiente intento lo realicé a plena luz del día y en mi momento de mayor concentración. Cuando terminé de pronunciar las palabras mi frente estaba bañada en sudor, pero logré atraer algo con una forma definida.

 

Era pequeño, del tamaño de un perro y el aspecto de una gacela. Yacía sobre su costado y me observaba con sus ojillos rojos. Temblaba violentamente y cuando me acerqué emitió un gemido, como el de un niño.

Noté que en donde debía tener el vientre había una masa sanguinolenta, como si un carnicero le hubiera picado las entrañas sin darse el trabajo de matarlo. Su piel tenía un color verdoso, dando la impresión de haber empezado a pudrirse aún antes de producirse la muerte. Despedía un olor fétido que me produjo arcadas.

Me deshice de él de la misma forma que con el anterior. Debí maldecirme a mí mismo por causar tal sufrimiento en un animal vivo, mas estaba tan obsesionado con mis trabajos que sólo podía pensar en qué había fallado. Mis autores eran increíblemente explícitos con respecto a los procedimientos que debía realizar. No había posibilidad de error posible.

 

Hice el intento tres o cuatro veces más con idénticos resultados. Las criaturas que atraía a esta Realidad se conservaban vivas, pero sus cuerpos estaban tan horriblemente alterados que sólo me quedaba destruirlas. Uno de mis intentos atrajo a algo que parecía un mono, pero carecía de cabeza y de la cintura hacia abajo sólo poseía huesos y músculos desgarrados. A pesar de todo, aún era capaz de sacudirse.

 

Me prometí no desistir. Esperaría un par de meses en los cuales intentaría descubrir en qué me había equivocado, y entonces reanudaría mi labor. No me dejaría desanimar si mis primeras tentativas fracasaban, llegaría un día en el que podría atraer criaturas de otras realidades intactas: hadas, unicornios o centauros. ¿quién sabe si no fue el trabajo de un antiguo mago o alquimista el que inspiró los relatos acerca de estos seres? ¿quien sabría si mi propia labor no atraería resultados fructíferos para nuestra propia Realidad?

 

Dejé pasar el otoño y el invierno, y a comienzos de la primavera decidí reanudar mis intentos. 

 

Me ubiqué en el patio de la casa. La tarde avanzaba lentamente, pero aún faltaba más de una hora para el anochecer. tracé los diagramas en el suelo y recité las fórmulas que ya sabía de memoria, después de tantas semanas de ardua práctica. Apenas terminé, algo se materializó frente a mí. 

Era cuadrúpedo y se mantenía en pie. Eso me animó. Me acerqué para observarlo mejor. Había atraído a una especie de felino de un hermoso color dorado. 

Entonces noté que algo estaba mal. Lo rodeé lentamente y vi que tenía la cabeza incrustada entre los omóplatos. las vértebras de su cuello asomaban como puntas afiladas a través de su piel.

¡Y esa cosa era aún capaz de andar y emitir gruñidos sordos! La examiné más detenidamente y hallé otros defectos producto de su viaje a mi Realidad: carecía de ojos y su espalda estaba doblada de tal manera que le era imposible sentarse o recostarse. Por ello se mantenía en pie, a pesar que por momentos le faltaban las fuerzas.

Destruí a esa criatura y borré todas sus huellas. 

 

Ya casi no podía contener mi frustración. Todos mis intentos de atraer seres de otras Realidades terminaban en fracasos. Lo único que obtenía eran masas de órganos que por alguna razón desconocida se mantenían con vida. Si en algún momento habían sido bellos, llegaban a mí deformados y gimiendo de dolor.

Durante días repasé mis actos, intentando hallar algún error, pero fui incapaz de encontrar alguno. Llegué a pensar que mis autores tampoco habrían tenido más éxito que yo, y que habían alterado sus resultados adrede, para aparecer como grandes magos ante cualquiera que deseara aprender sus métodos.

Si éste era el caso, tendría que partir desde el principio, crear mis propias fórmulas y mis propios gráficos para atraer aquellas criaturas, y mientras aprendía y mejoraba, tendría ante incontables mí seres deformes y repugnantes antes de dar con una fórmula o un gráfico perfectos.

 

Recuerdo que pensaba en todo esto una noche, poco después de acostarme. Empecé a meditar acerca de la naturaleza de los seres de otras Realidades. Si es que poseían inteligencia o no, si es que eran capaces de sentir dolor en la misma magnitud que yo o cualquier animal. Fue entonces que vino a mi mente el pensamiento que me atormenta hasta ahora: ¿No sería posible que en otra Realidad hubiera un alquimista intentando atraer a su lado criaturas de otras Realidades también? ¿No sería posible atraer también personas, personas que pertenecieran a esta Realidad?

 

Mis alquimistas afirmaban que el número de Realidades con las que se podía tener contacto y de las que se podía sustraer criaturas era muy grande, sino infinito. Eso significaba que en cualquier momento había un número infinito de alquimistas intentando, al igual que yo o mis maestros, atraer seres a sus Realidades; y dada la complejidad para lograr esto, de cada mil, o un millón de intentos, posiblemente más, se lograría un resultado perfecto. Todos los demás serían fracasos al igual que los míos. 

 

Entré en pánico. Me dirigí a los lugares donde había trazado mis esquemas y diagramas y los borré arrancando la capa más superficial del suelo y las paredes. Fui a donde estaba mi biblioteca y, usando las mismas fórmulas que había aprendido gracias a ella, le prendí fuego. No me detuve hasta asegurarme que no había quedado nada legible.

 

Desde entonces permanezco en la esquina más alejada de mi cuarto, inmóvil, con miedo hasta de respirar. Amigos y vecinos han venido a verme y yo los echo violentamente. Todos los días se lee en los periódicos acerca de personas que desaparecen sin dejar rastro ¿Cuántas de esas desapariciones no se deberán a estos secuestros entre Realidades? ¿Cuántos no habrán sido atraídos a una de las infinitas Realidades y llegado a ellas con los órganos volteados y aullando de dolor? 

En cualquier instante cualquiera de nosotros puede ser atraído hacia otra Realidad y llegar a ella alterado de una forma monstruosa para luego ser ultimado sin piedad, por puro asco. 

 

Los demás viven y se comportan como si nada ocurriera, pero yo conozco la verdad, y es este conocimiento el que me hace estremecer de terror.

 

 

 

 

 

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